Vivimos en un mundo, en una sociedad, donde todas las personas intentamos parecernos a unos roles de belleza, a determinadas personas famosas, a modas, a estilos, incluso a veces, llegamos a parecernos unos a otros, por las expresiones que usamos, la ropa que llevamos, o incluso lo que pensamos. Sin embargo, olvidamos que, una de las cosas más bonitas y únicas que tenemos como personas, es la diversidad. La diversidad no solo hace referencia al origen étnico de las personas, a la religión, o a la orientación sexual, sino a todas y cada una de las personas que habitamos en este planeta. En ocasiones, olvidamos que la diversidad es buena, y que está presente en cada uno de nosotros, en el color de los ojos, en la estatura, en el color del pelo, en nuestra forma de ser, incluso en nuestros principios, pensamientos, creencias y gustos.
¿No sería todo muy aburrido, monótono si tuviéramos que vivir con nosotros mismos todos los días del año? Cada uno de nosotros tenemos un talento, una virtud, algo que nos apasiona, que nos gusta y que nos hace especiales, la lectura, la escritura, la música, algún deporte, el arte, y aunque encontramos personas que comparten algunas de estas cosas, no son iguales a nosotros. Por ese motivo, si nos paramos a pensar un momento, ¿todas nuestras amistades son iguales? ¿todas las personas de nuestras familias hacen lo mismo? La respuesta, seguramente sea que no, porque, aunque compartamos cosas, nunca vamos a serlo, simplemente porque somos diversos. ¿Entonces, por qué nos empeñamos como sociedad en rechazar a las personas? ¿Por qué rechazamos a las personas migrantes, a las personas con una orientación sexual diferente, o incluso a las mujeres, solo por el simple hecho de serlo, de ser diversas, como todas y cada una de nosotras?
Antonio Fernández
Voluntario ACPP
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